Estos son algunos relatos contemporáneos que ilustran el estado en el otro mundo de los suicidas. Un hombre que amaba mucho a su esposa, se suicidó cuando ella murió. Esperaba, por este medio, reunirse con ella para siempre. Sin embargo, resultó completamente de otra manera. Cuando el médico logró reanimarle, él relató lo que sigue: "Yo llegué a otro lugar distinto al de ella... Era un lugar horrible... Y entendí enseguida que había cometido un error enorme" (1, pág. 143).
Algunos de los suicidas, devueltos a la vida, relataban que después de la muerte ellos se encontraron en algo así como una prisión, y sentían que deberían permanecer allí largo tiempo. Entendían que era el castigo para ellos por haber quebrado la ley establecida, según la cual cada hombre debe sufrir una cuota designada de penurias. Si, voluntariamente, abandonaban el peso impuesto sobre ellos, en el otro mundo deberán llevar un peso mucho mayor.
Un hombre que pasó la muerte temporal relató: "Cuando llegué allí entendí que dos cosas son absolutamente prohibidas: matarse a sí mismo y matar a otro hombre. Si yo decidiera suicidarme, esto significaría arrojar a la cara de Dios Su don. Privar de la vida a otro hombre — significaría romper el plan Divino preparado para él (1, pág. 144).
La impresión general de los médicos-reanimadores — es que el suicidio se castiga muy severamente. El Dr. Bruce Geyson, psiquiatra en el departamento de primeros auxilios en la Universidad de Connecticut, quien estudió detenidamente este problema, atestigua que nadie que pasó la muerte temporal desea apurar el fin de su vida (3, pág. 99). A pesar de que el otro mundo es incomparablemente mejor que el nuestro, la vida aquí tiene un importante valor preparativo. Sólo Dios decide cuándo el hombre está suficientemente maduro para la eternidad.
Beverly, una mujer de 47 años, cuenta cuán feliz es de haber quedado viva. Cuando era niña, sufría mucho a causa de la crueldad de sus padres, que día a día se burlaban de ella. Ya adulta, ella no podía hablar tranquila de su infancia. Un día, cuando tenía 7 años, exasperada por sus padres, se tiró cabeza abajo rompiéndose la cabeza contra el cemento. Durante su muerte clínica, su alma vio niños conocidos que rodeaban su cuerpo inanimado. De repente, brilló una fuerte luz alrededor de ella. De ésta se oyó una Voz desconocida que dijo: "Cometiste un error. Tu vida no te pertenece y tú debes volver." Beverly opuso: "Pero nadie me ama y nadie se ocupa de mí." "Es verdad — contestó la Voz, — y en el futuro nadie se ocupará de ti. Por eso debes aprender a ocuparte de ti misma." Después de éstas palabras, Beverly vio alrededor de ella la nieve y un árbol seco. Pero sintió un soplo tibio, la nieve se derritió, y las ramas secas del árbol se cubrieron de hojas y manzanas maduras. Acercándose al árbol, comenzó a arrancar manzanas, y con agrado comenzó a comerlas. Allí comprendió que, así como en la naturaleza, así también en cada vida hay períodos de invierno y de verano, que forman una unidad entera en el plan del Creador. Cuando Beverly volvió a la vida, comenzó a considerarla en forma nueva. Ya adulta, se casó con un buen hombre, tuvo hijos y fue feliz (7, pág. 184).
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