AVELLANEDA:
SOLUCIONES AUSTERAS
Avellaneda fue el primer presidente que tuvo el triste
privilegio de enfrentar una auténtica crisis económica. El joven país debió enfrentar
la escasez del oro, la iliquidez monetaria, las quiebras
de bancos y comerciantes, la vertical baja de la lana
(todavía no producía carnes ni cereales en cantidades significativas), sin contar
con otras recetas que las absolutamente ineficaces del liberalismo reinante en
todo el mundo. Para peor, las secuelas de la revolución mitrista de 1874 se
proyectaban en una permanente conspiración de los vencidos, a los que se
sumaron, curiosamente, intentes insurreccionales de grupos extranjeros imbuidos
de un vago ideario bakuninista; el incendio del colegio del Salvador y de la
Curia Eclesiástica (febrero de 1876) fueron episodios reveladores de la acción
de estos núcleos.
Ya se sabe que Avellaneda ahorró "sobre el hambre y la sed
de 2.000.000 de argentinos" para pagar puntualmente las obligaciones
exteriores. Como suele ocurrir con los genios, Sarmiento era desprolijo:
contrajo empréstitos en Londres como para probar el crédito que gozaba el país,
pero no supo
aplicar las sumas obtenidas en actividades productivas. Y
esas libras esterlinas, cuyos intereses debía pagar su sucesor, se habían dilapidado.
"Los tenedores de bonos argentinos deben, a la
verdad, reposar tranquilos -afirmaba Avellaneda al abrir las
sesiones del Congreso en 1876-. La República puede estar hondamente dividida en
partidos internos, pero no tiene sino
un honor y una bandera".
¿Cuál fue la solución de Avellaneda para superar la crisis en
este aspecto? En un discurso pronunciado ante el Club Industrial en enero de
1877 el presidente exponía el remedio que había aplicado en la emergencia:
"Un sistema rígido de economía aplicado a los gastos públicos". Así
se expresó en esa
oportunidad: "... El gasto público se hizo excesivo,
los consumos privados fueron fastuosos y las cifras de los presupuestos en la
administración pública y las estadísticas de los efectos importados se combinaron
al mismo tiempo en proporciones que parecían revelar la existencia de una
nación de 6.000.000 de
habitantes, cuando no tenemos siquiera la mitad. Hubo ceguera
en la especulación y abuso en el crédito privado [...]. No se trata de
acriminaciones vanas sino de promover reformas saludables. La primera y la
última, el alfa y el omega, la que concreta todo, es un sistema rígido de
economía aplicada a los
gastos públicos".
Las contenciones presupuestarias se llevaron a cabo contra viento
y marea: el de hace cien años era un Estado chico y pobre. ¡ Qué le hacia una
raya más al tigre ! Pero ésta era una de las caras de la solución total de la
crisis : la otra era la política de conciliación de los partidos lanzada por
Avellaneda a fines de 1877. Porque las crisis no suelen remontarse con medidas
económicas únicamente, sino a través de planteos políticos renovadores e
imaginativos.
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