PARA SABER QUIÉNES SOMOS.
OBREROS
Vinieron, pues, los inmigrantes. Las fotografias de la época nos los muestran en el Hotel de Inmigrantes, sentados ante largas mesas, esperando para salir y desparramarse por los cuatro rumbos. Rusos con vastas barbas, italianos de amplios bigotazos, españoles pelsdos al rape... Entre otras cosas, serían la mano de obra barata y laboriosa para las industrias que emergían de la Política liberal, sustentada sobre la producción agrícola y ganadera enviada a Europa en cambio de las manufacturas y los combustibles que precisábamos.
Esas industrias argentinas -de la alimentación, del cuero, casi subproductos de la actividad agropecuaria- tenían una dimensión vrtualmente artesanal y una estructura familiar.
Pero los que en ellas trabajaban se diferenciaban netamente de los que ganaban la vida arrendando chacras o como auxiliares del comercio. Los obreros, casi todos extranjeros, veían un rostro muy distinto de ese país al que hablan llegado como quien llega a la otra orilla del río. Vivían en inquilinatos, no tenían ninguna protección frente a la arbitrariedad patronal, el sueño de la América les tardaba en llegar. Y sin embargo no resultó fácil a los anarquistas y socialistas infundirles una mínima solidaridad gremial. Fue una tarea larga y tempestuosa.
Le FORA, con sus tunantes dirigentes anarco-sindicalistas, llevó una lucha dura y violenta en la primera década del siglo. Se dividió y luego, bajo el gobierno de Yrigoyen, un sector entró a cooperar con las autoridades. El anarquismo, como ideología, fue diluyéndose, y sus últimas expresiones activas se esfumaron poco después del fusilamiento de Di Giovanni, en 1931. Los sectores netamente gremiales, generalmente socialistas, se limitaban a una tarea puramente sindical; pero ya por entonces los obreros industriales no eran extranjeros. Eran hijos de los inmigrantes, Y además, a partir de 1935, empezaron a integrarse con gente del interior: con los descendientes de los conquistadores y los gauchos, que iban bajando a Buenos Aires para participar del proceso acelerado de industrialización que se iba produciendo. Cuando en 1943 Perón intentó unificar a los sindicatos alrededor de una de las dos centrales obreras existentes, no hubo mayores dificultades: se metieron presos a algunos dirigentes y se empezaron a crear nuevos sindicatos, marginando a los tradicionales en casi todos los casos. Y de estos origenes salió un movimiento obrero que enorgullece al país.
Pero si los obreros de la década del 30 eran los hijos de los inmigrantes, también eran hijos de inmigrantes muchos hombres eminentes: políticos, profesionales, intelectuales. De alguna manera el sueño de Alberdi y de Sarmiento se babia cumplido: apellidos exóticos llenaban los registros más importantes del País. Y si aquella Argentina de 1875, que sufriera el impacto de la inmigración, no se realizó del modo que apuntaba, esta otra, la de los años '30 ó '40, no parecía demasiado mala.
Finalmente, la Argentina se habia desamericanizado, era el país más europeo de América latina; tenía una vasta clase media, producto de la fluidez social apareada por la inmigracián ; un nivel de vida razonablemente bueno, un sistema político relativamente estable, sostenido -es cierto- por el fraude electoral, pero compartido por todos los Partidos. Salvo este feo detalle, todo parecía andar de la mejor manera en esa Argentina de hace cuarenta años, todavía orgullosa de si misma, firme en una individnalidad nacional que le había permitido crear un idioma propio, distinto del español, una música propia, diferente de la latinoamericena, la mejor carne del mundo, el mejor trigo, una actitud frente a la vida singular y perfectamente identificada.
Y cuando estábamos en eso, recreándonos en la perfección alcanzada en esta olla que era la Argentina, formada par los aportes más diversos pero estructurada razonable y armónicamente, vino 1945. Y los argentinos advirtieron que no todo estaba tan bien como parecía. Entramos en una etapa que para unos fue una catástrofe, para otros algo muy semejante a la felicidad y para todos, sin duda, un cambio total.
Pero hay que decirlo desde ahora: como todo cambio total, éste que empezó en 1945 tuvo un definitivo y concreto signo político.
Esas industrias argentinas -de la alimentación, del cuero, casi subproductos de la actividad agropecuaria- tenían una dimensión vrtualmente artesanal y una estructura familiar.
Hotel de los Inmigrantes
Pero los que en ellas trabajaban se diferenciaban netamente de los que ganaban la vida arrendando chacras o como auxiliares del comercio. Los obreros, casi todos extranjeros, veían un rostro muy distinto de ese país al que hablan llegado como quien llega a la otra orilla del río. Vivían en inquilinatos, no tenían ninguna protección frente a la arbitrariedad patronal, el sueño de la América les tardaba en llegar. Y sin embargo no resultó fácil a los anarquistas y socialistas infundirles una mínima solidaridad gremial. Fue una tarea larga y tempestuosa.
Le FORA, con sus tunantes dirigentes anarco-sindicalistas, llevó una lucha dura y violenta en la primera década del siglo. Se dividió y luego, bajo el gobierno de Yrigoyen, un sector entró a cooperar con las autoridades. El anarquismo, como ideología, fue diluyéndose, y sus últimas expresiones activas se esfumaron poco después del fusilamiento de Di Giovanni, en 1931. Los sectores netamente gremiales, generalmente socialistas, se limitaban a una tarea puramente sindical; pero ya por entonces los obreros industriales no eran extranjeros. Eran hijos de los inmigrantes, Y además, a partir de 1935, empezaron a integrarse con gente del interior: con los descendientes de los conquistadores y los gauchos, que iban bajando a Buenos Aires para participar del proceso acelerado de industrialización que se iba produciendo. Cuando en 1943 Perón intentó unificar a los sindicatos alrededor de una de las dos centrales obreras existentes, no hubo mayores dificultades: se metieron presos a algunos dirigentes y se empezaron a crear nuevos sindicatos, marginando a los tradicionales en casi todos los casos. Y de estos origenes salió un movimiento obrero que enorgullece al país.
Pero si los obreros de la década del 30 eran los hijos de los inmigrantes, también eran hijos de inmigrantes muchos hombres eminentes: políticos, profesionales, intelectuales. De alguna manera el sueño de Alberdi y de Sarmiento se babia cumplido: apellidos exóticos llenaban los registros más importantes del País. Y si aquella Argentina de 1875, que sufriera el impacto de la inmigración, no se realizó del modo que apuntaba, esta otra, la de los años '30 ó '40, no parecía demasiado mala.
Finalmente, la Argentina se habia desamericanizado, era el país más europeo de América latina; tenía una vasta clase media, producto de la fluidez social apareada por la inmigracián ; un nivel de vida razonablemente bueno, un sistema político relativamente estable, sostenido -es cierto- por el fraude electoral, pero compartido por todos los Partidos. Salvo este feo detalle, todo parecía andar de la mejor manera en esa Argentina de hace cuarenta años, todavía orgullosa de si misma, firme en una individnalidad nacional que le había permitido crear un idioma propio, distinto del español, una música propia, diferente de la latinoamericena, la mejor carne del mundo, el mejor trigo, una actitud frente a la vida singular y perfectamente identificada.
Y cuando estábamos en eso, recreándonos en la perfección alcanzada en esta olla que era la Argentina, formada par los aportes más diversos pero estructurada razonable y armónicamente, vino 1945. Y los argentinos advirtieron que no todo estaba tan bien como parecía. Entramos en una etapa que para unos fue una catástrofe, para otros algo muy semejante a la felicidad y para todos, sin duda, un cambio total.
Pero hay que decirlo desde ahora: como todo cambio total, éste que empezó en 1945 tuvo un definitivo y concreto signo político.
TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.
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