lunes, 28 de julio de 2014

PARA SABER QUIÉNES SOMOS.

PARA SABER QUIÉNES SOMOS.

TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.

¡Qué olla la Argentina! Toda clase de ingredientes bullen adentro: indios y españoles, italianos y judíos, criollos afincados y hornadas de inmigrantes... ¡Qué olla! Sarmiento se asombraba en sus últimos años ante ese enigma: "¿Argentinos? ¿Desde cuando y hasta donde? Bueno es que vayámoslo sabiendo”. 

Pero la pregunta que se formulaba en conflictos y armonías de las razas todavía no tiene respuesta. ¿Desde cuándo argentinos? ¿Hasta dónde argentinos?

De todos modos, la pregunta es una buena incitación a emprender la búsqueda de algunos de los elementos que componen este pueblo. Pueblo complejo y difícil, casi siempre lúcido en las cosas fundamentales, pero descontentadizo y rezongón, avaro de su confianza en sus dirigentes; este pueblo que el 11 de marzo (*) definirá su futuro por varios años. ¿De dónde viene este protagonista anónimo que ese día habrá de decidir su rumbo político?

NOTAS: (*) El Artículo fue publicado en la revista Gente el 15/02/1973, así que se está refiriendo a las elecciones que consagrarían como presidente a Héctor J. Cámpora, quien asumió el 25 de mayo de 1973
Las vertientes indias.

¡Viene de tantas vertientes! Por orden de aparición, primero es el indio. Pero acá hay que hacer varias salvedades. Porque en nuestro país el indio ha dejado huellas en los ojos y en la piel de los habitantes de algunas comarcas, pero no ha dejado marcas culturales profundas, como ocurre en Bolivia, Perú o México.

 En general, nuestros indios eran míseros, primitivos: apenas unas tribus nómadas en la pampa o islotes humanos más o menos sedentarios en el Norte y el Noroeste; y en el Litoral, clanes vinculados al orbe guaraní.

Es que el Incario extendió teóricamente su poder a la que hoy es el Norte argentino, pero no tuvo tiempo -o interés- en estructurar política y económicamente las poblaciones aborígenes de esa región, demasiado alejada del centro imperial. En La Rioja Y Catamarca quedan huellas del "Camino del Inca", en Tucumán y Jujuy restos de arcaicos "pucarás": pero el formidable experimento humano de los incas no tuvo vigencia aquí. De ellos, el aporte más importante es el idioma quechua (que no trajeron los indios sino los españoles) todavía usado en Santiago del Estero, que ha dejado en el habla de la región ese suave susurro silbado que seduce a los forasteros.

Otra aclaración indispensable: uno dice "los indios" como si se tratara de una misma raza. Naturalmente no era así. Entre los comechingones de Córdoba y los abipones del Chaco o los onas de Tierra del Fuego había tantas diferencias como puede haberlas hoy entre suecos y sicilianos, entre romanos y escoceses. Lo que ocurre es que resulta difícil imaginar semejantes variantes étnicas en pueblos cuya estereotipo ha quedado único para nosotros, sus remotos descendientes. Pero basta recitar algunos toponímicos para advertir que las diferencias partían desde el lenguaje. Dígase "Humahuaca", "Purmamarca", "Cochangasta", "Andalgalá" y después dígase "Caá-Guazú", "Yapeyú", "Curuzú-Cuatiá" o "Mandisoví". No hace falta más para advertir el mosaico lingüístico y étnico que formaron los primitivos pueblos indígenas en el actual territorio argentino.

Lo cierto es que los indios recibieron el impacto español y se adaptaron como pudieron a esa nueva realidad. En algunos casos pelearon brava y desesperadamente: los quilmes de Tucumán y Catamarca son un ejemplo de valor frente a los conquistadores. En otros casos, como el de las guaraníes, se sometieron y colaboraron de buen grado con sus conquistadores, al punto de prestarse a crear una curiosa organización social en las misiones establecidas por los jesuitas.

Otras veces los aborígenes se adaptaron gradualmente a formas de vida marginales, fronterizas, como las que se dieron al sur de Buenos Aires; los pampas adquirieran todos los vicios de los españoles y criollos, y con el correr del tiempo hasta sus enfermedades Y el gusto por el alcohol, el juego y la rapiña. En el Noroeste, los indios, más mansos y laboriosos, consiguieran sobrevivir en enclaves propios -los laguneros sanjuaninos y los pobladores de los valles riojanos y catamsrqueños- con su propia organización ancestral: en La Rioja todavía se recuerda el casa de aquel Salvador Aballay, mandón de los vichigastas, que se fue a pie a reclamar justicia a la Audiencia de Charcas porque su encomendero, don Febpe de Luna y Cárdenas, quería transferir su encomienda a un hijo natural. Cuando el indio le ganó el pleito, mi antepasado -dicen- murió de rabia... Los pobladores de esos enclaves serían, andando los siglos, los proveedores de material humano a las caudillos de las montoneras.

Me fascina pensar cómo seria la relación entre indios y españoles. ¿Cómo se sentirían los aborígenes, desplazados por esos seres incomprensibles y poderosos que eran sus conquistadores? En una de sus Crónicas Marcianas, relata Ray Bradbury la historia de unos chicos terráqueos instalados con sus padres en Marte, que querían ver marcianos. No los ven nunca porque los marcianas han muerto hace mucho tiempo; pero un día que los chicos se bañan en un río de Marte y sus rostros se reflejan en el agua, el padre les dice: "¿Ven? Aquí tienen a los marcianos..." Me pregunto en que momento las españoles se habrán dado cuenta que para ellos eran los indios, los habitantes auténticos de las Indias. 0 en qué momento las indios habrían advertido que habían dejado de ser los señores de la tierra para ser, apenas, servidores de sus invasores.

Pero hay que reconocer la siguiente: a fines del sÍglo XVIII, es decir, cuando ya empesaban a percibirse los síntomas del estallido de1810, la población indígena del actual territorio argentino estaba en un Statu Quo relativamente cómodo y pacífico. Descontando, claro, a los que estaban del otro lado de la frontera, con los que se mantenía un estado de desconfianza recíproca: las Pampas, los del Chaco, por ejemplo. El resto se babia integrado de manera bastante rasonable o subsistía en sus enclai:es, con sus propios mandones y sus propias tradiciones, sociales ylas religiosas, drásticamente sustituidas par el cristianismo.

TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.

LOS CONQUISTADORES

Ese peón de campo, Juan Ramírez, achinado y charcón, desciende de Juan Ramírez de Velasco, fundador de La Rioja; ese bolichero que se llama Pedro Cabrera tiene en su sangre la sangre ilustre de Jerónimo Luis de Cabrera, de la casa de los marqueses de Cabra ; ese Toledo, changador de ferrocarril, tiene como antepasado a don Fernando de Toledo y Pimentel, primo en cuarto grado de Carlos V; aquel Bazán, camionero, podría jactarse de ser séptimo nieto de Juan Gregorio de Bazán, conquistador del Tucumán y fundador de Talavera de Esteca.

Esas son las cepas de los conquistadores. Apellidos sonoros y redondos que han quedado asociados a empresas hazañosas; sangres blasonadas con heráldicas luces de gules y azur, de sinople y oro. Hoy son el proletariado del interior del país y ni siquiera saben del lustre de sus linajes.

Los conquistadores eran los segundones de aquellas casas españolas: los hermanos segundos, que nada heredaban. Entre meterse a curas a venirse a América, optaron por lo segunda. Igual harían, a fines del siglo pasado, centenares de miles de españoles. Pero los de ahora eran gallegos, mientras que las delsiglo XVI y XVII eran extremeños, vascos y catalanes. Los dos golpes de inmigración española dejaron reputado el perfil de esta raza nuestra, tan mezclada, tan heterogénea, pero cuya esencia sigue siendo profundamente hispánica.

Aquellos españoles, los que vinieron a conquistar reinos y sólo encontraron desolaciones, tenían el genio vivo y áspero, defendían sus privilegios y sus localismos. Se hacían lenguas de sus hazañas, aunque éstas no lo fueran tanto. Un conquistador, Mateo Rozas de Oquendo, tuvo cierta vez un arranque de sinceridad -y a la vez de humorismo, virtud muy rara en esa época tan llena de formalidades- y contó lo que había sido, en realidad, la empresa de la fundación de La Rioja: "Una vez fui a Tcucumán / doblo del estandarte / y caminamos tres dias / fundamos una ciudad /si es ciudad cuatro casas / y mando al Gobernador / tuvo nombrados alcaldes / Juntámonos en cabildo /todos los capitulares y escribimos al virrey/ un pliego de disparates / Para pueblos y heredades /fuimos con mucho trabajo/ Para romper adelante / Que peleamos tres días / con veinte mil capayanes / salimos muhos heridos / ... en pago de este servicio / reclamábamos ezenciones / franquicias y libertades". Y después de semejantes exageraciones, viene la humorística confesión de Rozas de Oquendo: "Mas pues viene la cuaresma /Y tengo que confesarme / Yo restituyo la honra / a los pobres naturales/ Que ni ellos se defendieron/ ni dieron señales/ ...con muy buena voluntad/ partieron con nosotros/ de sus haciendas y lugares/ y no me dé Dios salud si se sacó onza de sangre."
Pera aunque en esas conquistas no se hubiera derramado una "onza de sangre" (lo cual no fue siempre así) la empresa no resultó fácil. Era tan diferente la realidad con que se topaban los conquistadores, que sólo el trabajo de entenderla y asumirla debió ser ciclópeo. Piénsese, por ejemplo, el valor que tendría para aquellos hombres una resma, una simple resma de papel; si se acababa el papel se terminaba la memoria de la comunidad, los libros donde se asentaban las reuniones del Cabildo, los registros de casamientos, nacimientos y muertes, las suplicantes cartas al rey: esas cartas llenas de súplicas y pedimentos -tal como recordaba Rozas de Oquendo- que llegarian a Madrid un año después de escritas y no serían contestadas jamás..., pero que contenían el testimonio de que en un lugar remoto de las Indias, un grupo de españoles y sus hijos continúan sintiéndose parte de ese enorme imperio donde nunca se ponía el sol. Imagínese el trabajo que babrá dado ponerie nombre a las cosas; a todas las cosas nuevas que iban apareciendo en estos paisajes ignotos, insólitas. Ponerle nombre a plantas y animales, a montañas y ríos, a ciudades y gobernaciones; Pues poner nombre a algo, bautizar, significa poseer, mandar, dirigir. Y estos conquistadores de sonoros apellidos, pobres como las ratas y codiciosos de poder y riqueza, tenían como primera misión ésta de cartografiar la tierra inédita que pisaban. Supongo que allí, en esa tarea, empezó a suavizarse el áspero idioma español, la suma de dialectos que camponian la lengua de las huestes. Allí empezaron a chocar el arrastrado tono extremeño y el broncíneo dejo castellano con las palabras indias; y en una misteriosa conjugación empezó a surgir la tonada cordobesa, el esdrújulo riojano, la síncopa correntina... Que es como decir: allí empezó a individualizarse el país argentino.

Pero esto de valerse a si mismo, en la enormidad de distancias que era por entonces la Argentina, trajo otra consecuencia muy concreta: el sentido federal de la futura estructuración nacional.

.Cuando se fundaba una ciudad, la primero que hacia el fundador era designar un Cabildo. Media docena o más de vecinos lo componían, distribuyéndose funciones perfectamente reglamentadas por las Leyes de Indias. De allí en adelante, todos los días1? de enero, indefectiblemente, los cabildantes salientes elegían a sus sucesores, quienes a su vez durarían un año. Y ese Cabildo era la autoridad suprema de la ciudad y su jurisdición. El Cabildo podía hacerlo todo: desde escribir al rey pasando por sobre sus "mandos naturales" -e1 gobernador, el virrey, la audiencia- hasta negarse a cumplir una orden superior, viniere de donde viniere. El Cabildo tenía a su cargo algo muy importante: el bien común. Y este término, que resucitó con aire beato y corporativo hace algunos años, tenía en la época de la Conquista un significado preclaro: el bien común era todo aquello que hacia a la tranquilidad, a la libertad, a la dignidad de la comunidad, una comunidad que no abarcaba solamente a los españoles y sus descendientes sino también a los indios, a los criollos pobres y a los negros. Y en nombre del bien común podía desacatarse una orden equivocada, podía dejarse de pagar un tributo o podía negarse ayuda militar a otra ciudad.

Esta potestad, enorme y fundamental, no fue usada con frecuencia, es cierto. Pero existía potenciaImente y afirmaba la conciencia local de las ciudades. Les demostraba que no eran un simple afincamiento entre los miles que contendría el imperío español sino una comunidad con aIma, que merecia pleno respeto. Y Que -a cambio de esto- tenía que arreglárselas como pudiera cuando las cosas apretaban. Por eiemplo cuando se venia un ataque de indios, una epidemia, una sequía.

Entonces los cabildos sacaban fuerzas de flaquezas Y adoptaban sns propios arbitrios. Aquí, en esa potestad y en esta omnipotencia local, radica el germen del federalismo argentino. Todas las comunidades con clara conciencia de pertenecer a una totalidad; pero todas, también, sintiéndose en pleno señorío de su jurisdicción.

Otra linea de consecuencias importantes deriva de la existencia de los cabildos creados por los conquistadores: el self govemment, ejercido de hecho por los criollos durante dos siglos, antes de ocurrir el movimiento de1810. Pues los cabildos estaban integrados, en su mayaría, por criollos descendientes de conquistadores. Pero criollos. Gente distinta de sus antepasados españoles: con otro porte, otro lenguaje, otros hábitos y otras ambiciones. Y allí, en las sedes capitulares, fueron librándose las batallas silenciosas, anónimas, que habrían de preceder a la gran batalla por la emancipación. Hay montones de documentos que acreditan esto. Está, par ejemplo, el caso de ese santiagueño, don José de Bravo de Rueda, que allá por marzo de 1789 salió de la reunión del Cabildo gritando -anota puntualmente el acta- que "se hacían muchas iniquidades y que sólo los hijos de España gobernaban estos parajes sin atender que las criollos y patricios eran más beneméritos y debían ser mucho más atendidos, pues tenían más reatad y amor a sus tierras por ser naturales de ellas". Y cuando "lo llamó el señor Alcalde con la mayor prudencia" -sigue anotando el acta- nuestro bravo le contestó redondamente "no quiero, vaya Vuestra Merced a la mierda".
Palabras -o palabrotas- más a menos, en este tenor se libraban las rencillas entre criollos y españoles que finalmente harian eclosión en 1810. Los españoles de la conquista habían cumplido ya su ciclo histórico. Habian hecho la prospección del territorio, localizaron sus más feraces comarcas, trazaran las grandes rutas troncales -que hoy todavía seguimos- y redondearon con la integración del Río de la Plata y el Alto Perú un continuo geopolítico, un espacio político completo en si mismo. Y además pusieron nombre a las casas, adaptaran su viejo estilo de vida al tipo de vida que el nuevo paisaje les exigía, mezclaron el puchero con el locro y acortaron sus espadas para convertirlas en facones. Cuando el sueño de la conquista se desvaneció Y apareció la ilusión emancipadora en el horizonte de estas vastas tierras, otros tipos humanos habían aparecido y tendían a desplazarlos.

Y los criollos se dispusieron a tomar el poder.

TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario