HUNDIMIENTO DEL CRUCERO
COSTA CONCORDIA
Desconcierto, confusión, caos… Miles pugnan por salvarse, primero sin tomar casi conciencia, algunos bajan con sus bolsos, luego con desesperación cuando el barco se ladea y vuelca sobre sí, y hay quienes se caen, otros se tiran, otros quedan atrapados en una trampa inclinada; unos nadan a la orilla cercana, otro se ahogan o desaparecen….
El capitán también…, o se cae cuando el barco se vuelca. Abandona el barco…
Hay quienes dicen que estaba “enfiestado”, descuidándolo.
Tenemos un culpable. Todo está bien.
Un error humano.
Si es así la cosa, es bastante precaria. Siempre va a haber capitanes que se toman un tiempo para cenar, a veces la misma etiqueta les exige que sociabilice con el pasaje. Incluso habrá momentos que el capitán tendrá que dormir, y un día quizás un capitán se emborrache; y siempre puede haber una roca escondida que ni siquiera está en las cartas. Suele ser así.
Pero los barcos no deberían hundirse.
Al menos no tan fácil.
Del “Titánic” aprendimos que el casco se rompió contra el témpano, porque el acero de aquel tiempo era demasiado rígido, que más bien no era acero sino casi hierro fundido y se quebraba como un vidrio. Hoy los aceros de los cascos de los barcos son cien veces más resistentes.
También aprendimos que no tenía “Compartimentos estancos”, lo que evitaría que una vía inunde toda la sentina, hundiendo la nave. Desde aquella vez la ingeniería naval en grandes naves usa ese diseño a fin de evitar que el agua inunde la nave, sólo el compartimento dañado; haciendo que el resto no dañado la mantenga a flote, por más grave que sea la avería. En último caso dará el tiempo suficiente para que se haga el salvamento del pasaje sin pérdidas humanas.
Aquí vimos que el Barco toma agua por babor y luego se recuesta a estribor, lo que muestra que el agua se movió sin contención alguna de un lado para el otro, y eso tumbó la nave. Por lo que se ve no tenía compartimentos estancos de ninguna naturaleza.
Estas naves han ido creciendo en altura, como altos hoteles, manteniendo su manga, o sea su anchura, por lo que su base pasa a ser menor en relación; y podríamos concluir criteriosamente que, en consecuencia, ponen en riesgo su estabilidad. Eso lo enseñó la trágica crónica de tantos ferris del Mar del Norte, que en tiempos bastante recientes dieron vueltas de campana y se hundieron por el peso de su superestructura sumada al común sobrecarga de pasaje y automóviles. Hubo muchísimos de casos. Todos tenían en común, la relación crítica de la nave con su propia base.
El error humano es circunstancial.
Las naves deberían ser más seguras, existe la tecnología.
Y el mar es implacable.
El derrumbe del Las Torres Gemelas, demuestra que la ingeniería puede cometer excesos al avanzar a costa de mermar sus márgenes de seguridad, confiando en la alta tecnología utilizada. Se explicó que el fuego “fue demasiado”, había fundido el núcleo que sostenía cada edificio. Miles de litros de combustibles de los aviones incendiados fundieron los metales de su construcción. Cuando se construyó eran una de las maravillas del mundo. Ni el choque de cien aviones podría afectarlas. Era ineludible remarcar esto en aquel momento, ya que no muchos años antes, en el año cuarenta y cinco, un avión bimotor de bombardeo se estrelló en un piso setenta del edificio más alto de New York y provocó un incendio que provocó algunos daños en un par de pisos.
Claro que eran del viejo cemento con acero, aún no se disponía de los avances tecnológicos, de materiales y sistemas de alta tecnología; ni la morfología, ni las estructuras de avanzada, que permiten las más audaces creaciones de hoy en día.
Barcos como gigantescos y confortables hoteles de lujo.
Edificios que llegan casi a mil metros de altura. Ligeras y audaces formas y estructuras de metales livianos, fibras, vidrios; con jardines y piscinas en el cielo, girando sobre si mismos, inclinados, desafiantes.
Pero aún grandes naves se hunden al tropezar con una roca, o modernísimos aeropuertos estallan bajo una tormenta, y torres caen como castillos de naipes por el choque de un avión; todo nos deja pasmados, como que son cosas que no deberían estar pasando…
O al menos no de este modo.
COSTA CONCORDIA
Todo era una fiesta. La cena misma del primer día de viaje. El jolgorio de la parte del pasaje que aún no cenaba, saludaba en cubierta a los lugareños de la pequeña isla italiana de Giglio, mientras sonaba la profunda sirena del barco engalanado. Todo cerca, muy cerca de la costa; demasiado peligrosa por sus rocas amenazantes y semi escondidas….
De pronto la nave choca con el fondo del casco, y abre una vía que hiere gravemente al navío.
Desconcierto, confusión, caos… Miles pugnan por salvarse, primero sin tomar casi conciencia, algunos bajan con sus bolsos, luego con desesperación cuando el barco se ladea y vuelca sobre sí, y hay quienes se caen, otros se tiran, otros quedan atrapados en una trampa inclinada; unos nadan a la orilla cercana, otro se ahogan o desaparecen….
El capitán también…, o se cae cuando el barco se vuelca. Abandona el barco…
Hay quienes dicen que estaba “enfiestado”, descuidándolo.
Tenemos un culpable. Todo está bien.
Un error humano.
Si es así la cosa, es bastante precaria. Siempre va a haber capitanes que se toman un tiempo para cenar, a veces la misma etiqueta les exige que sociabilice con el pasaje. Incluso habrá momentos que el capitán tendrá que dormir, y un día quizás un capitán se emborrache; y siempre puede haber una roca escondida que ni siquiera está en las cartas. Suele ser así.
Pero los barcos no deberían hundirse.
Al menos no tan fácil.
Del “Titánic” aprendimos que el casco se rompió contra el témpano, porque el acero de aquel tiempo era demasiado rígido, que más bien no era acero sino casi hierro fundido y se quebraba como un vidrio. Hoy los aceros de los cascos de los barcos son cien veces más resistentes.
También aprendimos que no tenía “Compartimentos estancos”, lo que evitaría que una vía inunde toda la sentina, hundiendo la nave. Desde aquella vez la ingeniería naval en grandes naves usa ese diseño a fin de evitar que el agua inunde la nave, sólo el compartimento dañado; haciendo que el resto no dañado la mantenga a flote, por más grave que sea la avería. En último caso dará el tiempo suficiente para que se haga el salvamento del pasaje sin pérdidas humanas.
Aquí vimos que el Barco toma agua por babor y luego se recuesta a estribor, lo que muestra que el agua se movió sin contención alguna de un lado para el otro, y eso tumbó la nave. Por lo que se ve no tenía compartimentos estancos de ninguna naturaleza.
Estas naves han ido creciendo en altura, como altos hoteles, manteniendo su manga, o sea su anchura, por lo que su base pasa a ser menor en relación; y podríamos concluir criteriosamente que, en consecuencia, ponen en riesgo su estabilidad. Eso lo enseñó la trágica crónica de tantos ferris del Mar del Norte, que en tiempos bastante recientes dieron vueltas de campana y se hundieron por el peso de su superestructura sumada al común sobrecarga de pasaje y automóviles. Hubo muchísimos de casos. Todos tenían en común, la relación crítica de la nave con su propia base.
El error humano es circunstancial.
Las naves deberían ser más seguras, existe la tecnología.
Y el mar es implacable.
El derrumbe del Las Torres Gemelas, demuestra que la ingeniería puede cometer excesos al avanzar a costa de mermar sus márgenes de seguridad, confiando en la alta tecnología utilizada. Se explicó que el fuego “fue demasiado”, había fundido el núcleo que sostenía cada edificio. Miles de litros de combustibles de los aviones incendiados fundieron los metales de su construcción. Cuando se construyó eran una de las maravillas del mundo. Ni el choque de cien aviones podría afectarlas. Era ineludible remarcar esto en aquel momento, ya que no muchos años antes, en el año cuarenta y cinco, un avión bimotor de bombardeo se estrelló en un piso setenta del edificio más alto de New York y provocó un incendio que provocó algunos daños en un par de pisos.
Claro que eran del viejo cemento con acero, aún no se disponía de los avances tecnológicos, de materiales y sistemas de alta tecnología; ni la morfología, ni las estructuras de avanzada, que permiten las más audaces creaciones de hoy en día.
Barcos como gigantescos y confortables hoteles de lujo.
Edificios que llegan casi a mil metros de altura. Ligeras y audaces formas y estructuras de metales livianos, fibras, vidrios; con jardines y piscinas en el cielo, girando sobre si mismos, inclinados, desafiantes.
Pero aún grandes naves se hunden al tropezar con una roca, o modernísimos aeropuertos estallan bajo una tormenta, y torres caen como castillos de naipes por el choque de un avión; todo nos deja pasmados, como que son cosas que no deberían estar pasando…
O al menos no de este modo.
*De Celso H Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
18/01/2012
Avellaneda, Santa Fe; Argentina.
18/01/2012
Avellaneda, Santa Fe; Argentina.
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