GAUCHOS
Curiosa la evolución del significado de la palabra gaucho. Empezó como una palabra despectiva y generalmente se reforzaba sn sentido con el aditamento de un calificativo: gaucho pícaro, gaucho ladrón, gaucha malo... Después la palabra simbolizó todo un arquetipo humano Y hasta se convirtió en raíz de algo que significa camaradería, solidaridad: gauchada. Pero aún hoy, en las provincias del noroeste, la palabra gaucho es reticente; y decir de una mujer que es una gaucha, una gauchona, indica torpeza, chabacanería.
Esta ambigüedad semántica no es más que un reflejo de la ambigüedad esencial del personaje conocido como "gaucho".No se sabe el origen de esta voz: unos dicen que viene de guacao; otros, que de gauderio. lo único cierto es que la palabreja parece ser oriunda de Montevideo y su campaña, hacia la mitad del siglo XVIII. Pero es que el gaucho mismo era un personaje indefinible.
Desde luego era un habitante de la pampa. Pero, ¿era un habitante arraigado, en un lugar fijo? Parece que no. El gaucho seria el especialista en ciertas labores camperas muy rudas y en consecuencia iría alquilando sus habilidades en diferentes estancias, al ritmo de las exigencias cíclicas rurales. De ahí su carácter itinerante, el romanticismo de su figura -siempre yendo y viniendo-, su vocación por la libertad, su individualismo, su carencia de patrones.
Para otros el origen del gaucho reside en la ilegitimidad de las uniones entre españoles e indias. De aquí su carácter marginal, su resentimiento, su conducción flotante entre el habitante urbano y los indios que estaban al otro lado de la frontera.
Sea como fuere, el gancho es un actor real ya desde comienzos del siglo XVII. Y aun antes: la expedición de Cevallos contra la Colonia del Sacramento es acompañada por gauchos y cantada en lenguaje gauchesco. Pero ser actor no quiere decir ser protagonista. Y lo cierto es que el gaucho, como sector, no maneja ningún proceso. Siempre será carne de cañón. En una sola oportunidad se convierte en animador de un hecho histórico: cuando la Revolución de los Restauradores, un episodio que pertenece casi a la picaresca política. Antes y después, el gaucho, el paisanaje, será simplemente el espectador pasivo de acontecimientos que hacen a su destino, pero en los cuales su incidencia es nula. Solamente en dos regiones del antiguo virreinato el paisanaje tendrá una actitud de participación en la guerra de la Independencia: en la Banda oriental, donde Artigas convierte a cada gaucho en un soldado centra los portugueses; y en Salta, donde Güemes hace que cada gaucho sea un soldado contra los españoles. Pero Artigas y Güemes hacen este milagro sin presiones ni compulsiones. Los gauchos salteñas y las gauchos orientales pelearán porque sienten como una convicción individual la necesidad de la pelea. En otros paisajes y en otros momentos históricos los gauchos pelearán también en Mendosa, formando el Ejército de los Andes; en la guerra con el Brasil; en la guerra contra el indio, pero lo harán parque son obligados a ello.
Por eso, terminado el proceso de la Independencia y las guerras civiles, el final lógico del gaucho es el que describe el Martin Fierro. Si el gaucho Fierro fue primero arreado a los atrios para votar por el gobierno, después será arreado a los cantones para luchar contra el indio. Y terminará como peón de estancia, una vez que el campo quedó alambrado y su destreza campera dejó de ser "una junción" para convertirse en un oficio.
Claro que el gaucho está terminado; es inútil que intenten resucitarlo en concierto a anacrónicos propósitos nacionalistas. Pero también este ejemplar ecuestre, misterioso, de origen ignorado y destino final desdichado, ha dejado algunos imponderables que forman parte del ser nacional. Hay un cierto fatalismo que era propio del gaucho y se ha transmitido -muchas veces careado de contenidos negativos- al espíritu de la comunidad ; fatalismo que lleva a ser escéptico, a descreer en las soluciones que la propia comunidad puede ir elaborando, a desconfiar de los gobiernos y resistir sordamente a toda autoridad partiendo de la tácita base de ver en toda autoridad una injusticia. También viene de ese origen la lealtad a los personalismos que foman parte indisoluble de nuestra historia política: cuando un paisano decía que era "hombre de Fulano" para indicar su filiación política, estaba dándose una categoría, pero, ante todo, mostraba una lealtad individual. Cuando murió Adolfo Alsina, uno de sus guardaespaldas se suicidó: no podía soportar la ausencia de su jefe. Esta lealtad, cuyas manifestaciones patológicas lindan con una homosexualidad larvada, ha sido descripta magníficamente por Samuel Eichelbaum en Un Guapo del 900 y forma una larga corriente en nuestra historia. Pero para entenderla hay que entender primero lo que es y significa un caudillo.
Los hombres que hicieron el País a partir de 1860 creían que el caudillismo, el personalismo, era una excrecencia enfermiza de nuestra política Y atribuían este déficit a la herencia hispánica. No comprendían que el caudillo -"el sindicato del gaucho", como diría Arturo Jauretch- era ante todo el representante del paisano, su voz cantante, el vocero de lo que el paisanaje no podía decir. Aunque en los hechos no fuera así, esaoera la que el caudillo parecía ser. Y esto bastaba. Cuando el socialismo apareció en el espectro político argentino, sus dirigentes se jactaron de despreciar a la "Política criolla". Y dentro de la política criolla incluían al caudillismo: los socialistas querían una política aséptica, impersonal, desinfectada. No advertían que el caudillo, estuviera en el partido que estuviera, era una de las pocas defensas que tenía el ciudadano, es decir, el descendiente del gaucho o del inmigrante.
Pero no fueron solamente estos elementos espirituales los que constituyeran la herencia del gaucha. Hubo una cultura marginal construida laboriosamente por el gaucho: modos de hablar, tradiciones, artesanías, formas de vida y de juego, competencias, indumentarias, especies musicales trasvasadas de España pero que adquirieran, en el mareo de la Pampa, una cadencia intransferible. Todo eso pasó también en cuanto creación auténtica; pero en la medida que su recuerdo -o su estilización- subsista, hay un aporte que enriquece toda una vertiente del alma nacional. Y aunque pocas casas resulten tan desagradables como el falso gauchismo o la explotación que suele hacerse de la tradición campera, lo cierto es que basta asomarse al rostro rural de la Argentina para advertir que los elementos sobrevivientes san reales, nobles, incluso para resistir su comercialización. Porque un Festival de Doma y Guitarra puede reunir a miles de personas para ver jinetear a unos profesionales; pero bajo la aptitud venal de esos paisanos late una cultura verdadera, forjada en un auténtico nivel popular.
Como en tantos otros casos, lo argentino está formado, también en este plano particular, por cosas muy bastardas y cosas muy respetables...
Esta ambigüedad semántica no es más que un reflejo de la ambigüedad esencial del personaje conocido como "gaucho".No se sabe el origen de esta voz: unos dicen que viene de guacao; otros, que de gauderio. lo único cierto es que la palabreja parece ser oriunda de Montevideo y su campaña, hacia la mitad del siglo XVIII. Pero es que el gaucho mismo era un personaje indefinible.
Desde luego era un habitante de la pampa. Pero, ¿era un habitante arraigado, en un lugar fijo? Parece que no. El gaucho seria el especialista en ciertas labores camperas muy rudas y en consecuencia iría alquilando sus habilidades en diferentes estancias, al ritmo de las exigencias cíclicas rurales. De ahí su carácter itinerante, el romanticismo de su figura -siempre yendo y viniendo-, su vocación por la libertad, su individualismo, su carencia de patrones.
Para otros el origen del gaucho reside en la ilegitimidad de las uniones entre españoles e indias. De aquí su carácter marginal, su resentimiento, su conducción flotante entre el habitante urbano y los indios que estaban al otro lado de la frontera.
Sea como fuere, el gancho es un actor real ya desde comienzos del siglo XVII. Y aun antes: la expedición de Cevallos contra la Colonia del Sacramento es acompañada por gauchos y cantada en lenguaje gauchesco. Pero ser actor no quiere decir ser protagonista. Y lo cierto es que el gaucho, como sector, no maneja ningún proceso. Siempre será carne de cañón. En una sola oportunidad se convierte en animador de un hecho histórico: cuando la Revolución de los Restauradores, un episodio que pertenece casi a la picaresca política. Antes y después, el gaucho, el paisanaje, será simplemente el espectador pasivo de acontecimientos que hacen a su destino, pero en los cuales su incidencia es nula. Solamente en dos regiones del antiguo virreinato el paisanaje tendrá una actitud de participación en la guerra de la Independencia: en la Banda oriental, donde Artigas convierte a cada gaucho en un soldado centra los portugueses; y en Salta, donde Güemes hace que cada gaucho sea un soldado contra los españoles. Pero Artigas y Güemes hacen este milagro sin presiones ni compulsiones. Los gauchos salteñas y las gauchos orientales pelearán porque sienten como una convicción individual la necesidad de la pelea. En otros paisajes y en otros momentos históricos los gauchos pelearán también en Mendosa, formando el Ejército de los Andes; en la guerra con el Brasil; en la guerra contra el indio, pero lo harán parque son obligados a ello.
Por eso, terminado el proceso de la Independencia y las guerras civiles, el final lógico del gaucho es el que describe el Martin Fierro. Si el gaucho Fierro fue primero arreado a los atrios para votar por el gobierno, después será arreado a los cantones para luchar contra el indio. Y terminará como peón de estancia, una vez que el campo quedó alambrado y su destreza campera dejó de ser "una junción" para convertirse en un oficio.
Claro que el gaucho está terminado; es inútil que intenten resucitarlo en concierto a anacrónicos propósitos nacionalistas. Pero también este ejemplar ecuestre, misterioso, de origen ignorado y destino final desdichado, ha dejado algunos imponderables que forman parte del ser nacional. Hay un cierto fatalismo que era propio del gaucho y se ha transmitido -muchas veces careado de contenidos negativos- al espíritu de la comunidad ; fatalismo que lleva a ser escéptico, a descreer en las soluciones que la propia comunidad puede ir elaborando, a desconfiar de los gobiernos y resistir sordamente a toda autoridad partiendo de la tácita base de ver en toda autoridad una injusticia. También viene de ese origen la lealtad a los personalismos que foman parte indisoluble de nuestra historia política: cuando un paisano decía que era "hombre de Fulano" para indicar su filiación política, estaba dándose una categoría, pero, ante todo, mostraba una lealtad individual. Cuando murió Adolfo Alsina, uno de sus guardaespaldas se suicidó: no podía soportar la ausencia de su jefe. Esta lealtad, cuyas manifestaciones patológicas lindan con una homosexualidad larvada, ha sido descripta magníficamente por Samuel Eichelbaum en Un Guapo del 900 y forma una larga corriente en nuestra historia. Pero para entenderla hay que entender primero lo que es y significa un caudillo.
Los hombres que hicieron el País a partir de 1860 creían que el caudillismo, el personalismo, era una excrecencia enfermiza de nuestra política Y atribuían este déficit a la herencia hispánica. No comprendían que el caudillo -"el sindicato del gaucho", como diría Arturo Jauretch- era ante todo el representante del paisano, su voz cantante, el vocero de lo que el paisanaje no podía decir. Aunque en los hechos no fuera así, esaoera la que el caudillo parecía ser. Y esto bastaba. Cuando el socialismo apareció en el espectro político argentino, sus dirigentes se jactaron de despreciar a la "Política criolla". Y dentro de la política criolla incluían al caudillismo: los socialistas querían una política aséptica, impersonal, desinfectada. No advertían que el caudillo, estuviera en el partido que estuviera, era una de las pocas defensas que tenía el ciudadano, es decir, el descendiente del gaucho o del inmigrante.
Pero no fueron solamente estos elementos espirituales los que constituyeran la herencia del gaucha. Hubo una cultura marginal construida laboriosamente por el gaucho: modos de hablar, tradiciones, artesanías, formas de vida y de juego, competencias, indumentarias, especies musicales trasvasadas de España pero que adquirieran, en el mareo de la Pampa, una cadencia intransferible. Todo eso pasó también en cuanto creación auténtica; pero en la medida que su recuerdo -o su estilización- subsista, hay un aporte que enriquece toda una vertiente del alma nacional. Y aunque pocas casas resulten tan desagradables como el falso gauchismo o la explotación que suele hacerse de la tradición campera, lo cierto es que basta asomarse al rostro rural de la Argentina para advertir que los elementos sobrevivientes san reales, nobles, incluso para resistir su comercialización. Porque un Festival de Doma y Guitarra puede reunir a miles de personas para ver jinetear a unos profesionales; pero bajo la aptitud venal de esos paisanos late una cultura verdadera, forjada en un auténtico nivel popular.
Como en tantos otros casos, lo argentino está formado, también en este plano particular, por cosas muy bastardas y cosas muy respetables...
TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario