UNA CONTRIBUCIÓN A LA CONFUSIÓN GENERAL
miércoles, 2 de septiembre de 2015
Locos, gauchos y bárbaros
Locos, gauchos y bárbaros
Fuente: Abraham Haber. Clarín Cultura y Nación,
21 de septiembre de 1972.
Según Michel Foucault, el publicitado autor de Las Palabras y
Las Cosas, la ciencia de cada época se basa sobre un sistema
inconsciente de saber que podemos denominar el a priori histórico
del conocimiento, y también episteme. Pero a su vez las etapas
históricas de la cultura occidental suponen una estructura de
escisión, una estructura dividida en dos regiones, una región de
inclusión y otra de exclusión. En la región de inclusión se
encuentra todo el saber que la episteme de cada época permite y
posibilita, mientras que en la región de exclusión se halla todo lo
que la episteme rechaza.
Foucault analiza en forma muy especial en su Historia de la
Locura en la Época Clásica la episteme que subyace en la
ciencia de la psiquiatría y la estructura de inclusión-exclusión
que implica. Para comprenderlo a fondo es necesario olvidarse de
todos los conceptos conocidos sobre la locura, puesto que han sido
formados dentro de las epistemes cuya crítica se realiza. (…) En
el Renacimiento, normalidad y locura todavía están en comunicación,
la locura es un saber. (…) La época clásica, y gran parte del
siglo XV, XVII y casi todo el siglo XVIII, impone el silencio a la
voz de la locura. Es una época que traza una estructura de
inclusión-exclusión entre el trabajo y la ociosidad. Se adjudica
valor moral al trabajo, y no solamente en los países donde la
reforma religiosa había prendido. En toda Europa se observa esa
actitud. La sociedad fundada sobre el comercio y la industria
excomulga al ocioso. En el siglo XVI aparecen decretos que ordenan el
arresto de los mendigos y el trabajo obligatorio. Los impelen a
abandonar la ciudad. En 1656 se crea el Hospital General de París.
En 1657 los arqueros del hospital salen a la caza de mendigos y los
recluyen. Con ellos son encerrados los locos. El encierro adquiere un
significado; se trata de una institución que castiga una amoralidad,
no trabajar.
El gran encierro como lo denomina Foucault, coinciden el tiempo con
las Meditaciones Metafísicas de Descartes, donde se trazó
la estructura que opone la razón a la sinrazón. Para la época, la
locura aparece como la forma empírica de la sinrazón. En el
Hospital General, los locos conviven en reclusión con licenciosos,
padres disipadores, hijos pródigos, blasfemos, hombres que buscan
destruirse, libertinos. Es así como la época clásica, dice
Foucault, dibuja “a través de tanteas confrontaciones y extrañas
complicidades, el perfil de su propia experiencia de la sinrazón”.
A partir del gran encierro, la sinrazón ya no tiene lenguaje. Desde
la zona privilegiada, la razón producirá su interpretación, de
ella, condicionada por las distintas epistemes.
La zona de exclusión es posible porque hay zona de inclusión.
Existe la sinrazón porque existe la razón. Lo incluido se afirma a
sí mismo por la exclusión. Cuando la razón excluye a la sinrazón,
creándola, no hace más que crearse a sí misma. A pesar de todo, en
algunos momentos, la sinrazón ha hecho escuchar su voz. A través
del marqués de Sade, de Goya, Nietzsche, de Van Gogh, de Antonin
Artaud. Estas voces fascinan cada vez más a la humanidad. La
sinrazón, la imaginación, el onirismo hacen sentir su presión cada
vez más fuerte. Aparentemente la humanidad occidental marcha hacia
la supresión de algunas estructuras de exclusión-inclusión.
Foucault se ampara en la filosofía de Nietzsche, y nos remite a El
origen de la Tragedia. La cultura occidental se ha olvidado de
la experiencia trágica anterior a la separación entre razón y
sinrazón. Apolo habrá de mantenerse, pero Dionisos debe volver.
Quizá la imaginación haga de mediadora para reconstruir una unidad
más allá de la razón y de la sinrazón. La agitación estudiantil
de 1968 en París tiene evidentemente causas sociales, políticas y
económicas, pero no la entenderemos del todo bien si no la
encuadramos dentro de este marco.
En la actualidad somos testigos de una forma bastante curiosa de la
estructura inclusión-exclusión. Por propia voluntad, los hippies
se excluyen a sí mismos. La reacción de los “incluidos” es
bastante curiosa. Por un lado los persiguen y los maltratan. No les
permiten elegir voluntariamente la forma de exclusión por otro lado,
los “reincluyen” mediante la creación de artículos de consumo
destinados a los “excluidos”.
En la República Argentina esa estructura siempre tuvo vigencia. La
conquista y colonización fueron posibles gracias a ella. En este
caso el gran perseguido fue el indio. En nuestro suelo la persecución
recrudece en el siglo XIX y principios del XX. Pero el gran encierro
del cual habla Foucault se convierte en el gran exterminio. Ya no se
trata de encerrar sino de eliminar. Según Manuel Bilbao, durante la
expedición al desierto, los soldados de Rosas tenían la
recomendación de matar indias jóvenes para evitar la propagación
de la raza. Había que matar vientres, según la jerga ganadera. La
expedición de Roca continúa la limpieza. Y en este punto coinciden
Rosas y Roca.
También el gaucho o aquel que fue llamado gaucho estuvo ubicado en
la zona de exclusión. Un bando de 1736 castigaba con una marca de
fuego en la espalda al gaucho que mataba ganado cimarrón sin
permiso. El Cabildo solo otorgaba permiso a los vecinos
privilegiados, a los ubicados en la zona de inclusión. En caso de
reincidencia se le aplicaba la marca en la mano y a la tercera falta
se lo ahorcaba. Con el surgimiento y desarrollo de las estancias fue
desapareciendo el ganado cimarrón; el gaucho se vio obligado a
trabajar como peón. Si no aceptaba esta situación y seguía matando
reses era un cuatrero. Después de 1810 aquellos gauchos que habían
preferido la vida independiente, fueron obligados a trabajar para las
estancias o a servir en los ejércitos. A tal efecto fueron
destinados los cuerpos de Blandengues, cuya misión consistía
precisamente en perseguirlos. Originariamente habían sido creados
para defender la campaña de los malones indios.
Rosas protegía en sus estancias a todo gaucho perseguido. Pero esta
protección imponía a los hombres obligaciones de trabajo. El gaucho
tenía que dedicarse a la ocupación del campo y vivir del fruto de
sus labores. La ociosidad, la embriaguez y el robo eran castigados
con severidad y además con el retiro de la protección, que
equivalía a devolverlos al ejército o a las cárceles. Estos hechos
tienen la virtud de recordarnos el relato que hace Foucault del gran
encierro.
En 1630 el rey de Francia, reglamenta la aplicación de las leyes
sobre los pobres. En el mismo año se publica una serie de órdenes e
instrucciones donde “se recomienda perseguir a los mendigos y
vagabundos, así como a todos aquellos que viven en la ociosidad y
que no desean trabajar a cambio de salarios razonables o los que
gastan en las tabernas todo lo que tienen”. Desocupados, vagabundos
y locos son recluidos y se les obliga a trabajar. Según Foucault no
se trata de filantropía, sino de condenación a la ociosidad.
En forma paralela a lo que dice este autor sobre los locos, podemos
afirmar: el nuevo destino del cuerpo de Blandengues en la historia de
la sinrazón señala un momento decisivo, el momento en que el gaucho
es percibido en el horizonte social de la pobreza, de la incapacidad
de trabajar, de la imposibilidad de integrarse al grupo, el momento
en que empieza a ser asimilado a los problemas de la ganadería y de
la industria.
No hay duda posible. El indio y el gaucho fueron ubicados en el
espacio de la exclusión, en el espacio de la sinrazón y, como el
loco, no tuvieron voz… La poesía gauchesca no puede ser tomada
como tal. Así como en el psicoanálisis la palabra de la sinrazón
es filtrada y reinterpretada a través de la reja construida por el
saber de la inclusión, en la poesía y la novela gauchesca la voz es
filtrada y reinterpretada por el saber oficial.
En nuestra obra maestra, el Martín Fierro, funciona la reja
de la inclusión pero en ciertos pasajes baja la guardia y la voz del
excluido se escucha con ciertas deformaciones. El viejo Vizcacha es
la voz de la zona excluida, pero como está visto a través de una
subjetividad cargada de ética oficial, aparece bajo una faz
negativa, como una conducta corrompida. Pero en determinado momento
el autor y también el lector se ponen del lado del fugitivo en
contra de la partida. Sin embargo, si se analiza bien el poema, se
notará que siempre prevalece la ética originaria en la zona de
inclusión.
La estructura inclusión-exclusión se hace muy visible en el
Facundo, de Sarmiento. “Civilización y Barbarie”. Sin
embargo, Sarmiento no puede evitar que Quiroga adquiera a través de
su libro caracteres legendarios y junto con el gaucho malo, el
rastreador, el baqueano y el cantor se constituyan en una de las
imágenes más logradas de la litera nacional.
¿Será aventurado afirmar que una literatura auténtica en nuestro
país y en América es aquella que no intente filtrar ni enmascarar
la voz que viene desde las profundidades de las zonas excluidas?
¿Interpretamos correctamente a Facundo?, ¿es únicamente un
bárbaro?, ¿o también el impulso telúrico que lo arrolla, lo
estremece y lo convierte en una cuerda tensa por la pasión y la vid?
¿Cuál es el auténtico sentido de la figura literaria de Facundo
dentro de nuestra problemática cultural?
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
domingo, 30 de agosto de 2015
Cuando el libro era una amenaza
Cuando el libro era una amenaza
Al inventar Gutenberg la imprenta en el siglo XV no pocas
voces se alzaron contra los peligros de que un técnico potenciara la democratización del
conocimiento, una sospecha que de alguna manera -aunque con sustanciales variaciones- se
cierne hoy también sobre la web.
“Jamás se han visto tales desmanes entre los estudiantes y todo
ello es debido a los malditos inventos modernos que echan todo a perder (...) sobre todo
la imprenta, esa peste llegada de Alemania. Ya no se hacen libros ni manuscritos, la
imprenta hunde a la librería. Esto es el fin del mundo”, ponía en boca de uno de
sus personajes Víctor Hugo en “Nuestra Señora de París” (1831).
La sensación de amenaza por el cambio no es nueva y los argumentos que
se dieron entonces no distan mucho de los que se esgrimen ahora contra el rumbo incierto
que las nuevas tecnologías de la información reservan a la industria editorial, a los
medios de comunicación y a la industria del entretenimiento.
Hieronimo Squarciafico, en 1477, aseguró que “la abundancia de
libros hace menos estudiosos a los hombres”. En diciembre de 2008, la Universidad de
Columbia publicaba en su revista Journalism Review” un artículo titulado “¡Sobrecarga!
La batalla del periodismo por la relevancia en una época de demasiada información”
y aseguraba que la abundancia de recursos crea insatisfacción y pasividad.
José Manuel Trabado Cabado, desde la Universidad de León, afirma en
su estudio “Saturación informativa y los nuevos cronotopos de lectura” que el
sistema de hipertextos -los enlaces de la web- “amenaza con no dejarnos regresar
nunca, prometiéndonos maravillas aquí y allá y tesoros camuflados en selvas demasiado
grandes para los mapas del hombre”.
En esa búsqueda en la llamada “Sociedad del Conocimiento”,
muchos usuarios de la web, no obstante, se pierden, se enganchan y acaban siendo
considerados “netadictos”. Pero esta gula internauta también tiene su
paralelismo.
“La curiosidad de Bencio es insaciable, es orgullo del intelecto,
un medio como cualquier de los otros de que dispone un monje para transformar y calmar los
deseos de su carne”, escribía Umberto Eco en “El nombre de la Rosa”
(1980), novela en la que trazaba una intriga medieval alrededor de la gestión censora del
conocimiento por parte de unos monjes italianos.
Y es que el argumento de que el lector -igual que el internauta- puede
enfrentarse a infinidad de temas sin un criterio de búsqueda o sin guía moral, también
es algo que han compartido la democratización del libro y la extensión de Internet. Sin
embargo, hoy nadie sospecha de una inmensa biblioteca y nadie discute el papel cultural
fundamental del libro. ¿Sucederá lo mismo en el presumible caso de que la web y los
derechos de autor se pongan de acuerdo para poner a disposición del navegante todas las
obras editadas?
Desde la perspectiva empresarial, el nuevo invento allá por 1450
también convertía en caduco a todo un oficio, el de los escribas, cuya tarea de veinte
años quedaba automatizada por los tipos móviles de Gutenberg. Hoy se ven amenazados
también diversas ramas laborales. Los intermediarios, como igualmente refleja “El
nombre de la Rosa”, tenían un papel fundamental también en la religión, una de las
principales afectadas por el nuevo invento al poner las Sagradas Escrituras al alcance de
todo el mundo.
No en vano, la Biblia de 42 líneas de Gutenberg inició “la edad
de la imprenta” y en su época, muchos consideraron la novedad como un invento
protestante, aunque pronto el Papa de Roma se encargó de utilizarla también como
instrumento de difusión católica.
“Antes de la imprenta, la Reforma no hubiera sido más que un
cisma, pero la imprenta la convierte en revolución. Suprimid la prensa y la herejía
quedará abatida. Fatal o providencial, Gutenberg es el precursor de Lutero”,
escribía de nuevo Víctor Hugo también en “Nuestra Señora de París”.
Pero el propio autor de “Los miserables” reflexionaba en el
capítulo “Esto matará aquéllo” de la obra protagonizada por el campanero
Quasimodo sobre cómo, además del gremio editorial y el religioso, la democratización
del libro se llevaba por delante una víctima colateral: la arquitectura.
“Desde la más remota pagoda del Indostán hasta la catedral de
Colonia, la arquitectura ha representado la escritura del género humano. Y esto es tan
cierto que no sólo cualquier pensamiento religioso sino cualquier pensamiento humano
tienen en este inmenso libro su página y su monumento”.
“El pensamiento humano descubre (ahora) un medio de perpetuarse no
sólo más duradero y más resistente que la arquitectura, sino también más fácil y
más sencillo. La arquitectura queda destronada. A las letras de piedra de Orfeo van a
suceder las letras de plomo de Gutenberg”, reflexionaba Hugo.
Muchas voces se alzaron para denunciar el peligro que significaba la
democratización de la cultura libresca que sobrevendría con el advenimiento de la
imprenta, en el siglo XV.
martes, 25 de agosto de 2015
NO LLORES POR MI, ARGENTINA
Tu amor te espera
no esperes más.
En qué perdiste tanto tiempo?
Indecisa al hablar
tan dura como Humpfrey Bogart
Entre lujurias y represión
bailaste los discos de moda
y era tu diversión
burlarte de los ilusionistas.
No llores por las heridas
que no paran de sangrar.
No llores por mí, Argentina
te quiero cada días más.
Estás enferma de frustración
y en tu locura no hay acuerdo.
Una hiena al reír
pero al almuerzo con los cerdos.
Si las estrellas de cabaret
se ríen de tus movimientos
no es preciso mentir lo negro que hay en tus pensamientos
No llores por las heridas
que no paran de sangrar.
No llores por mí, Argentina
te quiero cada días más.
Alguien se quiere ir.
Alguien quiere volver
alguien que está atrapado en el medio de un recuerdo.
Esto yo ya lo ví
esto ya lo escuché
ella no quiere ser amiga de un chico de este pueblo.
SERU GIRAN - 1995
lunes, 24 de agosto de 2015
Un camino
del blog http://lorevio.blogspot.com.ar/
¿Qué pasó que la luna
que alumbró tantas cosas
hoy está casi muda
y se pierde en las horas?
¿Qué pasó con tus ojos
Amor mío, escucha
que quedaron ausentes
sin su fe y en la lucha?
Yo calmé tantas veces
tus pupilas a oscuras
y entendí tu locura
porque nunca te alejes.
¿Qué pasó con tu canto
y mis manos cansadas
de buscar sin medida
tanta luz y esperanza?
¿Te cegó la espesura?
¡Amor mío… Responde!
¿Dónde habré de buscarte
si tu rostro me escondes?
Yo he cruzado mil mares
y he vencido tormentos,
yo creído en el tiempo
y en la vida que traes
Mil promesas me hiciste
una noche de enero
sin embargo el invierno
ha invadido mi casa.
Me besaste la boca
con tu miel de respeto
y también abusaste
de mi fe y tu derecho…
se perdió en las palabras
pronunciadas a solas,
yo bebí la demora
por creer que te dabas.
Mi inocencia heriste
y hoy reclamas mi entrega
y no encuentro manera
ya de verte con vida…
He pateado las piedras
por buscar un camino,
un camino que niegas
por no estar ya conmigo.
Lorena Fernandez
sábado, 16 de mayo de 2015
La canción que me recuerda a alguien que ya no está
#SábadoDeMúsica La canción que me recuerda a alguien que ya no está
2015/05/16 por danioska
Llega otro sábado y, con él, la Playlist colectiva. Gracias a todos los que sugirieron temas que les son queridos y sin falta les recuerdan a alguien que ya no está en su vida, por cualquier razón. Algunos contaron a quién les evoca (en muchos casos son mamás y papás o hasta abuelos que se fueron, pero también hay amigos y exparejas). Otros se guardaron la información. No importa, el asunto es hacer honor a temas que nos ponen a conversar con fantasmas.
En mi caso, la canción con la que no puedo evitar acordarme de mi papá (que ya canta en otra dimensión) es una viejita: Mi viejo, del argentino Piero. Y es que mi papá no sólo era un buen tipo, un tipo adorable, sino también porque cuando él la oía, a su vez se acordaba de su papá y los ojos se le ponían brillosos. Así que desde aquí va esta lista hecha entre todos, para nuestros fantasmas entrañables.
Aquí, Mi viejo.
Da click en cada enlace para oír la canción correspondiente
sábado, 6 de septiembre de 2014
PARA SABER QUIENES SOMOS 5
PARA SABER QUIÉNES SOMOS.
OBREROS
Vinieron, pues, los inmigrantes. Las fotografias de la época nos los muestran en el Hotel de Inmigrantes, sentados ante largas mesas, esperando para salir y desparramarse por los cuatro rumbos. Rusos con vastas barbas, italianos de amplios bigotazos, españoles pelsdos al rape... Entre otras cosas, serían la mano de obra barata y laboriosa para las industrias que emergían de la Política liberal, sustentada sobre la producción agrícola y ganadera enviada a Europa en cambio de las manufacturas y los combustibles que precisábamos.
Esas industrias argentinas -de la alimentación, del cuero, casi subproductos de la actividad agropecuaria- tenían una dimensión vrtualmente artesanal y una estructura familiar.
Pero los que en ellas trabajaban se diferenciaban netamente de los que ganaban la vida arrendando chacras o como auxiliares del comercio. Los obreros, casi todos extranjeros, veían un rostro muy distinto de ese país al que hablan llegado como quien llega a la otra orilla del río. Vivían en inquilinatos, no tenían ninguna protección frente a la arbitrariedad patronal, el sueño de la América les tardaba en llegar. Y sin embargo no resultó fácil a los anarquistas y socialistas infundirles una mínima solidaridad gremial. Fue una tarea larga y tempestuosa.
Le FORA, con sus tunantes dirigentes anarco-sindicalistas, llevó una lucha dura y violenta en la primera década del siglo. Se dividió y luego, bajo el gobierno de Yrigoyen, un sector entró a cooperar con las autoridades. El anarquismo, como ideología, fue diluyéndose, y sus últimas expresiones activas se esfumaron poco después del fusilamiento de Di Giovanni, en 1931. Los sectores netamente gremiales, generalmente socialistas, se limitaban a una tarea puramente sindical; pero ya por entonces los obreros industriales no eran extranjeros. Eran hijos de los inmigrantes, Y además, a partir de 1935, empezaron a integrarse con gente del interior: con los descendientes de los conquistadores y los gauchos, que iban bajando a Buenos Aires para participar del proceso acelerado de industrialización que se iba produciendo. Cuando en 1943 Perón intentó unificar a los sindicatos alrededor de una de las dos centrales obreras existentes, no hubo mayores dificultades: se metieron presos a algunos dirigentes y se empezaron a crear nuevos sindicatos, marginando a los tradicionales en casi todos los casos. Y de estos origenes salió un movimiento obrero que enorgullece al país.
Pero si los obreros de la década del 30 eran los hijos de los inmigrantes, también eran hijos de inmigrantes muchos hombres eminentes: políticos, profesionales, intelectuales. De alguna manera el sueño de Alberdi y de Sarmiento se babia cumplido: apellidos exóticos llenaban los registros más importantes del País. Y si aquella Argentina de 1875, que sufriera el impacto de la inmigración, no se realizó del modo que apuntaba, esta otra, la de los años '30 ó '40, no parecía demasiado mala.
Finalmente, la Argentina se habia desamericanizado, era el país más europeo de América latina; tenía una vasta clase media, producto de la fluidez social apareada por la inmigracián ; un nivel de vida razonablemente bueno, un sistema político relativamente estable, sostenido -es cierto- por el fraude electoral, pero compartido por todos los Partidos. Salvo este feo detalle, todo parecía andar de la mejor manera en esa Argentina de hace cuarenta años, todavía orgullosa de si misma, firme en una individnalidad nacional que le había permitido crear un idioma propio, distinto del español, una música propia, diferente de la latinoamericena, la mejor carne del mundo, el mejor trigo, una actitud frente a la vida singular y perfectamente identificada.
Y cuando estábamos en eso, recreándonos en la perfección alcanzada en esta olla que era la Argentina, formada par los aportes más diversos pero estructurada razonable y armónicamente, vino 1945. Y los argentinos advirtieron que no todo estaba tan bien como parecía. Entramos en una etapa que para unos fue una catástrofe, para otros algo muy semejante a la felicidad y para todos, sin duda, un cambio total.
Pero hay que decirlo desde ahora: como todo cambio total, éste que empezó en 1945 tuvo un definitivo y concreto signo político.
Esas industrias argentinas -de la alimentación, del cuero, casi subproductos de la actividad agropecuaria- tenían una dimensión vrtualmente artesanal y una estructura familiar.
Hotel de los Inmigrantes
Pero los que en ellas trabajaban se diferenciaban netamente de los que ganaban la vida arrendando chacras o como auxiliares del comercio. Los obreros, casi todos extranjeros, veían un rostro muy distinto de ese país al que hablan llegado como quien llega a la otra orilla del río. Vivían en inquilinatos, no tenían ninguna protección frente a la arbitrariedad patronal, el sueño de la América les tardaba en llegar. Y sin embargo no resultó fácil a los anarquistas y socialistas infundirles una mínima solidaridad gremial. Fue una tarea larga y tempestuosa.
Le FORA, con sus tunantes dirigentes anarco-sindicalistas, llevó una lucha dura y violenta en la primera década del siglo. Se dividió y luego, bajo el gobierno de Yrigoyen, un sector entró a cooperar con las autoridades. El anarquismo, como ideología, fue diluyéndose, y sus últimas expresiones activas se esfumaron poco después del fusilamiento de Di Giovanni, en 1931. Los sectores netamente gremiales, generalmente socialistas, se limitaban a una tarea puramente sindical; pero ya por entonces los obreros industriales no eran extranjeros. Eran hijos de los inmigrantes, Y además, a partir de 1935, empezaron a integrarse con gente del interior: con los descendientes de los conquistadores y los gauchos, que iban bajando a Buenos Aires para participar del proceso acelerado de industrialización que se iba produciendo. Cuando en 1943 Perón intentó unificar a los sindicatos alrededor de una de las dos centrales obreras existentes, no hubo mayores dificultades: se metieron presos a algunos dirigentes y se empezaron a crear nuevos sindicatos, marginando a los tradicionales en casi todos los casos. Y de estos origenes salió un movimiento obrero que enorgullece al país.
Pero si los obreros de la década del 30 eran los hijos de los inmigrantes, también eran hijos de inmigrantes muchos hombres eminentes: políticos, profesionales, intelectuales. De alguna manera el sueño de Alberdi y de Sarmiento se babia cumplido: apellidos exóticos llenaban los registros más importantes del País. Y si aquella Argentina de 1875, que sufriera el impacto de la inmigración, no se realizó del modo que apuntaba, esta otra, la de los años '30 ó '40, no parecía demasiado mala.
Finalmente, la Argentina se habia desamericanizado, era el país más europeo de América latina; tenía una vasta clase media, producto de la fluidez social apareada por la inmigracián ; un nivel de vida razonablemente bueno, un sistema político relativamente estable, sostenido -es cierto- por el fraude electoral, pero compartido por todos los Partidos. Salvo este feo detalle, todo parecía andar de la mejor manera en esa Argentina de hace cuarenta años, todavía orgullosa de si misma, firme en una individnalidad nacional que le había permitido crear un idioma propio, distinto del español, una música propia, diferente de la latinoamericena, la mejor carne del mundo, el mejor trigo, una actitud frente a la vida singular y perfectamente identificada.
Y cuando estábamos en eso, recreándonos en la perfección alcanzada en esta olla que era la Argentina, formada par los aportes más diversos pero estructurada razonable y armónicamente, vino 1945. Y los argentinos advirtieron que no todo estaba tan bien como parecía. Entramos en una etapa que para unos fue una catástrofe, para otros algo muy semejante a la felicidad y para todos, sin duda, un cambio total.
Pero hay que decirlo desde ahora: como todo cambio total, éste que empezó en 1945 tuvo un definitivo y concreto signo político.
TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.
Etiquetas:
ARGENTINA,
FÉLIX LUNA,
HISTORIA
Suscribirse a:
Entradas (Atom)